Una sucesión política compleja y una sociedad altamente polarizada. Estas dos características resultan centrales para interpretar la crítica coyuntura en la que los venezolanos concurrieron a las urnas el 14 de abril. Y, especialmente, para explicar las protestas y los reclamos que estallaron apenas se conocieron los resultados.
Todo régimen político que descansa exclusivamente en la existencia de un liderazgo fuerte, en la concentración de todas las decisiones en una sola persona, afronta en algún momento un problema crucial, de desenlace invariablemente espinoso: el de la sucesión de ese liderazgo.
Los problemas de salud de Hugo Chávez sumieron a Venezuela en ese trance, a tal punto que, con el agravamiento de su enfermedad y posterior muerte, sus seguidores antepusieron una continuidad política que minimizara los riesgos a las disposiciones del texto constitucional.
Así, la jura del enfermo Presidente reelecto, prevista para el 10 de enero, fue postergada para una fecha imprecisa. Y en lugar del constitucionalmente indicado Diosdado Cabello, asumió la primera magistratura quien había sido señalado su heredero poco tiempo antes por el propio Chávez: Nicolás Maduro. Ya en plena campaña, el proselitismo del sucesor llegó a un extremo cuando confesó que el difunto líder se le había aparecido encarnado en un pajarico.
Los números de la elección, un ajustado triunfo del oficialismo, mostraron las dificultades de un chavismo sin Chávez: el opositor Henrique Capriles incrementó su caudal electoral en un 5% y acortó la brecha a menos de dos puntos. Pero los guarismos también dejaron en claro que en una proporción muy grande el electorado mantiene un altísimo nivel de polarización: las preferencias políticas son intensas, se definen a favor o en contra del extinto caudillo casi sin espacio para posturas intermedias, y se distribuyen por mitades.
Las demoras en anunciar los resultados del comicio potenciaron las dudas sobre la limpieza del escrutinio. Y la polarización hizo el resto: el reclamo opositor por un recuento total de los votos derivó en manifestaciones de protesta, y en actos de violencia que terminaron con muertos y heridos.
Este es el difícil panorama en el que se reconfigura por estos días la política venezolana. Para los países de la región, los apuntes a tomar son unos cuantos. Una corta lista concentrada sólo en riesgos y problemas para la política democrática podría comenzar con aquellos derivados del poder concentrado en una sola persona, de tribunales electorales con independencia sospechada o de reglas constitucionales manipuladas según las circunstancias.